PEDRO Y EL POZO 158

Presentado Por: Sharol Daniela Rico Granados

Érase una vez, en una ciudad muy bonita llamada Barrancabermeja, una pequeña iguana cuyo nombre era Pedro. Feliz y dichoso por cada espacio que le brindaba la naturaleza de aquel lugar, cada día se despertaba sonriendo al sol, y a pesar del calor tan impresionante de aquella localidad, su rostro mostraba la máxima felicidad posible en cualquier animal. Todos los días, Pedro estiraba sus patas, movía su cola y arrancaba a correr hacia un maravilloso río conocido como el Río Magdalena, disfrutaba de un grande y precioso árbol, frondoso y lleno de deliciosos mangos, ubicado sobre un precioso pastizal del que disfrutaba cada vez que quería; sin embargo, no conforme con esa vida llena de satisfacción, partió en busca de más placeres, pensando que más adelante encontraría algo que lo sorprendiera y le hiciera brillar los ojos, a decir verdad sí encontró algo que lo dejó impactado e impresionado de por vida.

Empacó sus maletas, su cepillo de dientes, su protector solar y muchas reservas de pasto, hojas y su fruta favorita, mangos; le habían dicho que en la ciudad de Bucaramanga estaría mucho mejor, pues allí hay un parque especial, llamado el Parque La Flora, donde muchos animales disfrutaban de una variedad exótica de fauna y flora. Aquel pequeño emprendió su viaje sin mirar hacia atrás, pues estaba totalmente convencido de que allá sería el animal más feliz del mundo.

Mientras caminaba bajo el duro sol de una radiante mañana, Pedro decidió tomar un descanso cerca de una variedad impresionante de pozos hídricos, pero sus ojos quedaron atrapados en una figura esbelta, espléndida, hermosa, maravillosa, tierna y dulce; no había palabra alguna para definir la belleza de ese precioso animal, sus ojos eran claros como la miel, su piel verde como el limón, su cola larga como el camino que había recorrido y sus patas demostraban la firmeza que cualquier iguana debía tener, era la iguana más encantadora que había visto en su vida.

Flechado por tal preciosura, quiso atravesar ese pozo para poder ver de cerca a la que le robó su corazón, pero cuando sus patas ingresaron en esa fuente de agua, se dio cuenta de que no había solo agua. Todo el pozo tenía una mancha negra gigante. ¿Qué era esa mancha negra? ¿Por qué no se podía mover? ¿Qué estaba pasando?, al angustiarse comenzó a gritar fuerte para que la iguana del otro lado lo mirase y lo ayudara.

Pedro gritaba con todas sus fuerzas “Ayuda, auxilio, sáquenme de aquí, ayúdenme, no quiero morir”. Cuando aquella hembra, hermosa en abundancia, se dio cuenta del terror que estaba viviendo Pedro, rodeó el pozo y llegó mucho más cerca de lo que él estuvo ante ella. Lucia, así era el nombre de aquella maravilla, ella no tuvo necesidad de preguntar a Pedro si era de aquel lugar, con ver la tontería que hizo se dio cuenta por sí sola, cuando estuvo más cerca de él le dijo que se encontraba en el pozo 158 de La Lizama; él seguía perdido en el mar de su profunda mirada, pero reaccionó cuando ella dijo el número del pozo, 158.

Esa mancha en el agua, esos parches negros, todo eso, solo era obra de una empresa, Ecopetrol S.A. Sí, esta empresa había derramado petróleo en aquel pozo y lastimosamente él había quedado atrapado, sus patas perdieron la agilidad para correr, su cuerpo se tornó color negro y su sonrisa se iba desvaneciendo.

Rápidamente, Lucia salió por ayuda, logrando así con una vara y muchas patas de sus amigos, sacar a Pedro de ese desastre ambiental, él se sentía total y profundamente agradecido, pero sentía tristeza aún, al ver que cuando se observaba bien este pozo, encontraba a más de un animal muerto.

De una vez sintió el instinto de ayuda y junto a Lucia ayudó a muchos animales, en la lucha conocieron a Dan, una pequeña ave que también había quedado atrapada en aquel pozo y les pidió a ambos que ayudara a su familia, Pedro organizó charlas, inició marchas, quiso quitar esas manchas de crudo, pero fue imposible, así que solo le quedó esperar y regresar a la bella hija del sol, después de ver todo eso no quiso irse lejos, quiso quedarse cerca para ver qué pasaría y quién los ayudaría.

Un hombre que vivía cerca al bello pastizal donde Pedro llegaba cada mañana, notó el cambio en el rostro de aquel animal, preocupado por sus expresiones tan tristes decidió acercarse e intentar comunicarse con aquel reptil, cuando él vio una pequeña mancha de crudo en sus patas recordó las noticias de la mañana, esa pesadilla que atravesaba La Lizama porque el crudo invadió el pozo. Aquel señor, ya un poco encorvado y con unos grandes lentes, decidió que la mejor forma de solucionar el problema sería comunicándole a los ciudadanos sobre el sufrimiento de los habitantes de aquel sector y el peligro que los animales vivían.

Se elaboraron marchas, se concientizó a las personas, todos se unieron por la misma causa, logrando una respuesta pronta y eficaz de Ecopetrol. Lograron que más de 100 personas fueran contratadas para recoger el petróleo que había, no renovaron aquel recurso porque era imposible, pero ayudaron a disminuir el daño ambiental tan impresionante que había.

Pedro, totalmente agradecido con aquel hombre se convirtió en su mascota, quiso acompañarle todos los días hasta que falleció, demostrando fidelidad a quien le ayudó y realizó un hermoso gesto de protección para su especie y demás animales. Lucia, al enterarse de que Pedro estaba solo, encaminó hacia Barrancabermeja y allí se casó con él, disfrutando a su lado del trabajo que los humanos estaban realizando para salvar la vida de sus amigos los animales.

Cada mañana, Pedro junto a Lucia, sonreían al sol y estiraban su cuerpo al despertar, movían su cola y arrancaban a correr hacia el Río Magdalena, donde se deleitaban con la vista, bajo aquel árbol que les brindaba deliciosos mangos, esperando que un día, no muy lejano, los humanos terminaran de arreglar el daño ambiental causado para que ellos no volviesen a sufrir y pudiesen disfrutar de cada recurso, como aquel río cuando el sol bajaba e impactaban con un hermoso atardecer lleno de combinaciones de color y sentimientos.