El estuche del violín

Por: Dayan Alexandra Orozco Garay  

Caminaba bajo el sol ardiente del medio día, las calurosas calles estaban solas, el aire era seco, realmente no sabía qué rumbo que mi vida tomaría, solo tenía mi viejo estuche de violín que ni siquiera tenía un instrumento dentro de él; tenía hambre, sueño, estaba cansado de dormir en el suelo, solo quería morir, todo lo que sabía era que mi vida era una miseria, hasta aquel trágico, o bueno maravilloso momento.

Me encontraba dormido bajo un puente, el  barro casi seco demostraba que las lluvias por allí tenían tiempo sin llegar, unas voces masculinas me despertaron, era una pelea ocurrida sobre el puente; guarde silencio, pues yo no tenía cómo defenderme.

-No quiero verte cerca de mi oro, te lo advierto es mío Josué, yo perdí las manos en su búsqueda-

-Eso jamás, somos hermanos y ambos compartimos y si no compartes el oro tendré que bañarlo de sangre-

Un silencio se extendió por todo el lugar, la brisa soplaba lentamente y de repente sucedió, un solo disparo, y sobre mi cabeza empezó a llover sangre tibia y espesa, entre en pánico si uno de ellos tenía un arma yo sería el siguiente; los pasos sonoros de aquellas botas se alejaron a paso rápido hasta que simplemente dejaron de escucharse. En ese momento decidí salir, lo vi tendido en el suelo un hombre moreno, de cabello lacio y negro como el petróleo, tenía un solo disparo en la frente, y sus ropas aunque sucia por la caída se veían en buena condición.

Tome las ropas que a fin de cuentas a ese muerto no le servirían en la otra vida, bien dicen que no le robas a un muerto, solo le das ofrendas, pero yo no tenía nada de que temer, camine a paso seguro con el estuche en la mano y escuche un grito, una mujer corría despavorida por la imagen del desnudo cadáver.

Camine a paso lento pero seguro alejándome cada vez más de aquel pueblo que me había brindado ropa nueva… pasados los días no veía nada por el horizonte, me sentía moribundo, ya pronto llegaría mi hora, y paso, todo a mi alrededor se volvió negro, pensé, “Ah que bien se siente morir al fin” pero no era todo, pues a lo lejos percibía el hilo de una voz.

-Oye jovencito despierta, abre tu estuche-

-Señor estoy muriendo, ¿podría volver luego?-

-Trae tu estuche-

Cansado abrí mis ojos y vi que estaba en una casa un tanto lujosa, mis ropas eran nuevas y estaba limpio, la habitación era grande, enfoque mi vista en aquel hombre arrugado y con peluca empolvada que me hablaba, mire mi estuche, limpio y reluciente, ¿Cuánto tiempo habría dormido?

-Realmente jovencito no entiendo por qué dejas algo tan preciado como tu estuche sellado en cualquier lugar, he vivido más años de los que crees, me gusta la vida, ven acompáñame; ¡Ah! no olvides traer el estuche.

Camine detrás de él, pasando por un sin número de habitaciones una más lujosa que la otra, llenas de tesoros de muchos lugares, la que más llamó mi atención fue aquella donde aquel hombre mencionó coleccionaba prendas de ropa de viajeros, también dijo que le gustaba mi atuendo y que por eso se lo quedaría y me daría ropas nuevas. Bajamos muchas escaleras hasta llegar a una habitación sombría de puertas viejas y oxidadas.

-Bueno hemos llegado- afirmó aquel hombre que hasta ahora se había comportado un tanto extraño.

-Verá, joven, soy un coleccionista de corazón, no le diré cuánto tiempo llevo coleccionando objetos, pero le contaré una historia, hace mucho tiempo la vida y la muerte se debatían la forma en la que se representase la vida, la muerte deseaba que fuera un objeto que se pudiera arrebatar, la vida por otro lado no lo deseaba así, pues entonces todas las personas estarían ligadas a un objeto de por vida. Solventaron el problema decidiendo que aquellos menos afortunados estarían ligados al objeto y otros no, fue así entonces que empezó la travesía, la vida creaba más vida y a algunas les añadía el objeto y la muerte se decidió a coleccionar cada objeto que la vida agregó, la muerte les daba un día de gloria y felicidad antes de arrebatarles su preciado objeto-

El hombre sonrió, su risa sonó gruesa, no como una risa, sino más bien como un sonido proveniente de la garganta que hace que la piel se te ponga de gallina. Y entonces lo sentí, un frío incesante que me abrazó; aquel hombre empujándome a la habitación y arrebatando de mis fríos dedos aquel estuche de violín que siempre había tenido, todo se hizo oscuro, pero seguía escuchando.

-Joven no he sido muy cortés, yo soy la muerte, y ahora tú te irás al foso de almas, a tu ansiada muerte-

Agregó con un tono de voz tan grueso, que puede entenderlo, mi momento había llegado, el hombre,  con extrema lentitud cerró la puerta tras de mí, sabía que era el final, aquello que había deseado desde que mi pobre existencia se hizo más miserable; pronto no sentí nada. Y así morí.

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